Maria Ezcurra en la UCSJ


Carlos A. Molina

Publicado en ArtNexus (No. 67, p.p. 165-166), 2007.
María Ezcurra piensa su trabajo con textiles como la relación de su ser interno con el modo en el que experimenta la ciudad en la que vive. La ropa que emplea en su trabajo es toda comprada de segunda mano, regalada por amigos o conocidos. Así, como ropa usada, resulta ser objeto-encontrado que documenta las reacciones de esta artista, sobre las ideas y problemas que confronta toda mujer en la vida diaria.

La obra de María suele aparecérsenos a medio camino entre la instalación, puesta en escena minuciosa que comenta una realidad dada, y la intervención del espacio, reverberación y juego escultural que reinterpreta ciertos valores de una arquitectura dada. Hace unos pocos años, Ezcurra desarrollaba una serie llamada Body of Work , donde imbricaba su propia corporeidad con el ejercicio diario de construir la identidad a partir de la ropa que se usa. Ello supone también la aceptación o resistencia a los distintos uniformes a los que el trabajo y la sociedad obligan. ¿Uno es lo que se pone? ¿Cuáles son los diversos niveles de la experiencia que existen al descomponer esa ficción del ser que somos, la piel, la ropa, y la imagen que de nosotros tienen los demás? Son esas las preguntas que María explora con su trabajo.

En el trabajo así pensado hay un manifiesto político, al mismo tiempo que una declaratoria artística. Es la adopción de cierta ética cuyas lecciones se deben al feminismo aunque claramente lo hayan superado. Las piezas sin embargo no son simple nota circunstancial, constituyen algo más, son una reflexión sobre la sociedad. Consecuentemente, la categoría que Ezcurra ha elaborado con cada una de sus piezas es realidad física, construcción psíquica y entidad que interactúa con su contexto.

Para el “Guardarropa del ama de casa perfecta”, Ezcurra integró su persona con el rol que se supone le toca cumplir socialmente. Ocupada de observarse en las labores del hogar, María cuestiona dónde pierde una mujer su autonomía y cuando es que su vida se transforma en monserga, su persona en mobiliario.



Como estudiante de la ENAP tuvo como maestros fundamentales a Diego Toledo y José Miguel González Casanova, jóvenes también para 1992-1996 pero de una generación anterior a la de María. El primero dirigía una clase de anti-pintura, el segundo como dibujante y entusiasta de la interdisciplina. De Melanie Smith aprendió rudimentos sobre la práctica de la instalación, a partir de los cuales generó libertad en la forma y una sagaz manera de plantear problemas de género incluso en una circunstancia donde estos se o hallaban demodé o desprestigiados como debate.

Trabajando para el estudio de Diego Toledo, un atelier hoy mítico donde la pintura como medio estaba proscrita, Ezcurra fue incluida en un grupo que rechazaba la tradición en un afán por experimentar y hallar nuevos medios con qué expresarse. Desde entonces esa generación discurre y conjetura entre la práctica del arte conceptual y la elucidación de nuevas estrategias figurativas. La difusión de obra, lo mismo propia que la de compañeros de generación como Sebastián Romo, ha sido preocupación constante en María Ezcurra; estuvo entre las fundadoras de La Panadería , probablemente el más referido e interesante espacio para el arte contemporáneo fuera del circuito de las galerías y las instituciones en México en los noventa.

Para el 7o. Salón de Arte Contemporáneo, patrocinado por BBVA, María presentó “Ni una más” en 2001. Un primer trabajo con medias, abiertas y desmembradas cuyo objetivo era referir la ola de crímenes y asesinatos sufridos por mujeres de todas edades en la frontera norte de nuestro país. Un problema de derechos humanos y seguridad nacional, no obstante abandonado a la más absoluta negligencia por nuestros gobernantes. Aquí hay hermenéutica de las obsesiones actuales, paisajes globales de la angustia y la desinformación a partir de perspectivas logradas desde la confrontación del Yo con el resto.

Dentro de la muy reciente Estacionarte , Ezcurra hizo otra vez un arreglo geométrico de medias cosidas unas con otras para habitar el espacio interior de un contenedor. Allí Ezcurra jugaba con la pretendida invisibilidad de las medias femeninas y el hecho incontrovertible de un espacio intervenido con un juego caleidoscópico de módulos creados entre nylon y nylon. Pero no se conforma con la estatización compartiendo el paralelepípedo de un trailer con la pieza de otro artista, Invisible habla justamente de lo que no es obvio, de las presencias negadas o ignoradas por quienes disfrutamos del arte en Polanco. La obra refiere la problemática migratoria, la difícil vida de quienes en contenedores como este emprenden obligado viaje en busca de condiciones más vivibles.